01-12-2020

NÓMADAS DIGITALES GLOBALES

Virginia Cucchi,

Nomadi,

Se movían por la tierra con paso ligero; cuanto menos tomaran de la tierra, menos tendrían que devolverle. Nunca pudieron entender por qué los misionarios prohibían sus inocuos sacrificios. No sacrificaban víctimas, ni animales ni humanas: cuando querían agradecerle a la tierra sus dones, simplemente se incidían una vena del antebrazo y dejaban que su sangre impregnara el terreno”, Bruce Chatwin



<strong>NÓMADAS DIGITALES GLOBALES</strong><br />

Ha salido hace poco ‘Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin’, una película de estilo documental en la que se siguen las huellas de los viajes y entrevistas de un escritor que adoro y que a través de sus relatos me ha permitido vivir aventuras y lugares de lo más especiales. El tema me ha parecido muy interesante en un momento en el que se oye hablar de la figura del nómada cada vez con más insistencia y en una acepción nueva. No en términos del tipo extraño excéntrico y anticonformista, sino como un individuo que, apartándose de los comportamientos y parámetros codificados de una tradición en vías de extinción, acepta la transitoriedad y se adapta a ella con extrema facilidad. Asistimos al gradual desmoronamiento de nuestras referencias y vemos cómo se renuevan modelos que considerábamos consolidados, en un incesante alternarse de propuestas que se anulan una con otra, como en un juego de innovación desenfrenada. La inestabilidad se ha convertido en la norma que regula nuestra existencia y el futuro se preanuncia con una identidad extremadamente huidiza. Serán tiempos difíciles, temo, para quienes no sepan adaptarse a las crecientes exigencias de un progreso que se presentará principalmente como tecnológico.



Vivimos días dominados por la ansiedad y una extendida sensación de descontento. El propio Chatwin sufría de esta condición de malestar, y sintiéndose utilizado por un mundo enormemente cínico, sensación que le provocaba gran amargura, procuró encontrar lugares donde este egoísmo indiferente estuviera menos exacerbado. Fue a África, por invitación de un amigo, y allí conocerá por primera vez la civilización de los nómadas, una realidad por la que toda su vida sentirá enorme fascinación. Las pocas palabras que escribe a tal propósito en su guía nómada quedan como testimonio emblemático de hasta qué punto lo impresionó: “llevaba una espada, una bolsa y una olla de grasa de cabra perfumada para ungirse el pelo. Me hacía sentirme cargado en exceso e inadecuado…”. La capacidad de este pueblo para ser felices y sentirse satisfechos con lo esencial, lo seduce hasta el punto que se dedica con gran empeño a este fenómeno, con la ambición de poder ofrecer una explicación metafórica del ininterrumpido errar del ser humano como impulso genético que hay que alentar. La pregunta del millón sería: “¿por qué los hombres vagan en vez de elegir una vida sedentaria?”, quizás suscitada por su propia incapacidad para permanecer en un sitio más de mes, queda sin respuesta. Pero observando los pueblos nómadas, su satisfacción en un rigor espartano, que no demuestra necesidad de concederse jamás nada superfluo, le sugerirá, para rematar sus reflexiones, que los seres humanos estaban destinados a seguir esa conducta en la que se comportaban como una especie migradora, constatando que, cuando se establecen en una localidad fija, sus impulsos naturales “encuentran salida en la violencia, la avidez, la búsqueda de cierto status o en la obsesión por las novedades”.

Estudiando a los aborígenes australianos, a los que el escritor tanto admiraba, no podemos encontrar comportamientos afines en la historia de la humanidad, y aún menos en el hombre contemporáneo. “Se movían por la tierra con paso ligero; cuanto menos tomaran de la tierra, menos tendrían que devolverle. Nunca pudieron entender por qué los misionarios prohibían sus inocuos sacrificios. No sacrificaban víctimas, ni animales ni humanas: cuando querían agradecerle a la tierra sus dones, simplemente se incidían una vena del antebrazo y dejaban que su sangre impregnara el terreno”. En esta descripción que Chatwin nos dejó se percibe la distancia insalvable que nos separa de estos pueblos, de sus usos y costumbres que traducen a la perfección hasta qué punto para ellos era algo íntimamente intrínseco sentirse parte integrante de la respiración cósmica que permite que se perpetúe el fluir cíclico de la vida abrazando el sol, los árboles, el agua, las estrellas y toda la creación.

Lamentablemente no podemos decir lo mismo de la evolución de nuestra civilización antropocéntrica, en la que el hombre ha progresado con paso triunfal imprimiendo huellas muy evidentes, alejado de aquel ligero roce que en nombre del respeto dejaba marcas que hablaban de amor y armonía, de equilibrio y fuerte sintonía. Una actitud verdaderamente arrogante que se ve actualmente reducida al sufrimiento que una naturaleza depauperada y maltratada le ha reservado con la misma inexorable y despiadada violencia. Se intuyen señales de arrepentimiento y se suceden las promesas de cambio. Como alguien ha dicho, tras la explosión del hombre en el mundo, estamos asistiendo a la implosión del mundo en el hombre. Parece que en muchos se esté despertando la necesidad de estar más en sintonía con la tupida red de interdependencias que constituye la naturaleza de nuestro planeta. Cuando desaparece el aporte benéfico y regenerador que impregna nuestro espíritu de energía vital y ganas de vivir, y no logramos recuperarlo, surgen emociones antiquísimas y la añoranza por un mundo primordial se nos presenta con la fuerza prepotente de un enorme remordimiento.


Nos ha tocado vivir una parte de siglo donde el consumismo exacerbado hasta formas de degeneración exasperada está provocando un aplanamiento y una especie de homologación generalizada. Como consecuencia de este difundido fetichismo frente a la posesión y al materialismo que ha provocado fenómenos de una bulimia voraz y compulsiva, asistimos a esa fase que viene tras una gran excitación y que se caracteriza por una fuerte depresión.

Un nuevo nómada, que no tiene mucho que ver con las etnias de pastores y cazadores, se pone en marcha con nostalgia en una especie de viaje iniciático, en busca de una naturaleza y de formas de vida que hablan de una sacralidad perdida que no se pueden encontrar en las formas de religiosidad tradicionales. Es cada vez más frecuente notar la tendencia de aquellos que, recuperando un viejo medio de locomoción con cuatro ruedas, ya sea un camión, un autobús o una furgoneta, lo transforman en una casa ambulante y deciden vivir una aventura que puede durar meses o años enteros. ¿Nos estamos proyectando hacia el futuro o asistimos quizás a un retorno nostálgico a los relatos de Jack Kerouac ‘On the Road’, a los desplazamientos de la comunidad hippy por las regiones centrales estadounidenses con furgonetas floreadas? Eran los años sucesivos a la II Guerra Mundial, cuando las familias norteamericanas, impulsadas por el entusiasmo del relativo bienestar económico y en aras del mítico sueño americano de la ‘familia perfecta’, se establecían en las urbanizaciones construidas alrededor de las grandes ciudades.



En la era actual marcada por un estilo tecno-comunicativo, la estabilidad y la rígida compartimentación que junto con el sedentarismo han caracterizado esa modernidad, procurando controlar los aspectos caóticos de la vida mediante reglas, orden y durabilidad, se presentan como estilos de comportamiento poco adecuados. La realidad se hace cada vez más transitoria y asistimos a una continua y veloz alternancia de parámetros de vida, con transformaciones en el mundo tecnológico, científico, visiones mutantes de paisajes urbanos y suburbanos, y cada vez nos volvemos más preocupados e inseguros, viéndonos sometidos a una especie de ininterrumpida ofuscación mental. Vinculados por una apretada red de conexiones tecnológicas potentes estamos perennemente en un contacto que se hace cada vez más virtual. Todas y cada una de nuestras acciones, al igual que el propio modo de comunicar, se han reducido a lo esencial. Sentimos continuamente que el tiempo nos pisa los talones, que nos falta, que vamos siempre con retraso, y nos vemos recurriendo incluso para expresar nuestros estados de ánimo, a iconos que sonríen o lloran, para ahorrarnos aunque sean unos pocos segundos.

La tecnocracia ha llegado a tal punto que nos lleva a conjeturar la desaparición de instituciones y enteras categorías de trabajadores, una auténtica revolución en las formas y en las costumbres de vida y trabajo. Las nuevas tecnologías están forjando nuestra existencia, y con mayor intensidad allanarán el panorama laboral uniformándolo. Destacan comportamientos y modelos profesionales inspirados por una mayor independencia y flexibilidad respeto a los modos basados en cierta naturaleza estática a los que estábamos acostumbrados. Los parámetros de valoración se referirán a la productividad más que a la presencia y con la introducción del teletrabajo los tiempos definidos dejarán espacio a los autogestionados. De la red neuronal del ciberespacio ha evolucionado la figura del nómada digital, una especie de predecesor del hombre que algunos imaginan que vivirá en el próximo milenio. Muchos dicen que se está renovando una práctica que confirma una de las más antiguas manifestaciones de la sensibilidad humana por su insólita capacidad de adaptación a los cambios repentinos y extremos. Leo de una hipotética tribu nueva, que se diferencia sustancialmente de los clanes tribales de los nómadas del pasado, formada por expertos en tecnología y disciplinas digitales, sin fronteras y sin pertenecer a un territorio concreto, que gracias al equipamiento que constituye sus apéndices electrónicos, un pc, un teléfono satelital y pocos accesorios más, puede estar conectada siempre y desde cualquier parte del mundo.

Por lo visto estos nómadas digitales, al decidir aprovechar su formación profesional y su predisposición a la adaptación y a la autonomía, podrían redimir su existencia y reinventarla gracias a una nueva forma de moverse que les permita sentirse más felices y construirse una vida mejor, más libre. Establecerían relaciones más auténticas desde un punto de vista de colaboración tanto laboral como humana en una recuperada y acrecentada simbiosis con el medioambiente. Estos caballeros errantes de la civilización digital, sin repudiar los modelos y escenarios de desarrollo que anuncian las posibles conquistas del sector del que ellos mismos son gurús, quieren recuperar ritmos y exigencias personales, liberándose de la ambigua contaminación que hace especialmente difícil distinguir vida personal y trabajo.

Los grandes exploradores de fronteras’ multimedia, además de multiétnicos y multiculturales se pueden definir perfectamente nómadas digitales globales. Como expertísimos surfistas cabalgan con extraordinaria agilidad y destreza las olas de los datos que se hacen cada vez más gigantescas en un mar hecho de interrelaciones y contaminaciones internacionales, pero nos muestran también un lado de su carácter que demuestra que son soñadores. Viven un ideal que esperan realizar y conscientes de todas las responsabilidades y consecuencias posibles se enfrentan a él con confianza en sí mismos, pero dispuestos a un examen introspectivo: el éxito sin duda es importante, pero analizando su filosofía de vida, aún lo será más la experiencia que tendrán ocasión de vivir. 

Tales egocentrismo e individualismo algo exasperados que en esta sociedad nuestra amenazan con erosionar y disgregar la idea de comunidad y de comunión con los demás, se abandonan buscando escuchar al otro, con el objetivo de alimentar relaciones interpersonales que puedan crecer y convertirse en auténticas cooperaciones. Dejando de lado la rivalidad profesional aspiran a organizar una forma de implicación colaborativa donde participen los demás, consiguiendo un trabajo de equipo, no una estructura jerárquica piramidal controlada por un líder, sino abierta, horizontal e interactiva. Y para una parte de ellos lo ideal sería crear pequeñas colectividades, una especie de enclaves, quizás inspiradas en la idea del kibutz, con una configuración postmoderna y multiétnica. El perdido sentido de identidad y colectividad les impulsa a buscar afinidad en un conjunto de individuos que comparten intereses e intenciones, por lo que se unen y se ayudan autorregulándose, libres de responder solamente a su personal sentido de la responsabilidad. 

Estos tipos de enclaves de nuevas tribus de nómadas digitales que algunos imaginan puedan germinar, y ciertos oasis diseminados en el desierto capaces de sobrevivir como verdaderos ‘ecosistemas autopoiéticos’, me llevan a retroceder hacia un testimonio ejemplar. Arcosanti, una pequeña localidad en construcción que sigue evolucionando, regulada por un metabolismo hecho de elementos esenciales y de interactividad, que surgió con el deseo de ofrecer un posible remedio, un modelo terapéutico para las metástasis que representan las incontroladas y dispersivas ciudades provincianas americanas. 

Cómo será nuestro futuro es difícil de imaginar. Esta forma de vida nómade digital podría ser uno de los muchos aspectos de lo que vendrá. Y si esta tendencia, en sus manifestaciones más variadas se acabará afianzando espero que represente no una ruptura radical sino una fase de recapacitación y evolución hacia una sociedad mejor. El nomadismo, en su acepción original, siempre ennobleció al hombre, teniendo en cuenta cómo respetaba la relación con la comunidad y con la naturaleza, y hemos de esperar que se persiga siempre en su forma de vida libre y más social.

Virginia Cucchi

Credits:

Photo: Mongolia, Virginia Cucchi

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