15-12-2020

LA CIUDAD DEL HOMBRE

Paolo Soleri,

Arquitectura y Cultura,

“… Si crees que el espíritu humano sea merecedor y capaz de algo mejor, respecto al medioambiente que ha heredado… si de verdad crees en el espíritu humano, vete al Corcoran… ‘The Architectural Vision of Paolo Soleri' es un espectáculo importante y muy hermoso… Sus percepciones filosóficas y medioambientales ofrecen una relevancia inmediata y asombrosa hoy en día. No le hace falta sumarse a la actual tendencia de desesperanza. Lleva mucho tiempo predicando el medioambiente y la ecología... Ha sido un profeta en el desierto y no le hemos escuchado”, —Ada Louise Huxtable 



<strong>LA CIUDAD DEL HOMBRE</strong><br />

Imagínate que te desplazas por un paisaje urbano en el que se sucede una larga secuencia de carteles publicitarios que comunican con frenesí vertiginoso de frases clichés el mensaje imperioso de una cultura consumista dominante: ‘escapa y disfruta de todo’. Los ideales empresariales de los años 70 reflejaban el sueño americano de aquella época: una sociedad capitalista en rápido crecimiento donde los empresarios inmobiliarios promovían, con la promesa de ‘disponibilidad para todos’ un estilo de vida que se basaba en tener una casa independiente, con un pequeño jardín, una piscina, un coche, dirigiendo las ambiciones hacia una vida despreocupada individualista, en general importando poco o nada lo relacionado con la ecología. Como magistralmente plasmado en Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni, “la ciudad estaba obsesionada por las imágenes y el movimiento en medio de una transformación enorme y sobrecogedora”. Los Angeles, por ejemplo, se convirtió en un lugar no para la interacción humana sino para los coches y autobuses. Nuevas formas de construcción unifamiliar empezaron a multiplicarse dramáticamente en las afueras de las ciudades, en terrenos de coste accesible y fácilmente rentables. Sunny Dune Corporation, la empresa que aparece en la película, símbolo de estas nuevas casas de periferia, se representa visualmente en distintos momentos con intención claramente denigratoria, como cuando se destacan los muñecos de plástico de tamaño natural que viven dentro de estos chalets idealizados, con grandes ventanales que enmarcan el panorama del Death Valley, utilizando imágenes ideadas por el grupo con fines promocionales para vender las nuevas propiedades. La película logra mostrar con gran elocuencia el aspecto negativo de esta hipermodernidad paradójica y del nuevo consumismo, uniendo al retrato que nos ofrece con acierto, una fuga de estas construcciones que no dialogan con la naturaleza, sino que la destruyen, en aras de la libertad, que se busca en la inmensidad del desierto. Michelangelo Antonioni conocía a otro maestro, filósofo, que sentía su misma preocupación por el efecto alarmante de estas drásticas transformaciones y que quería encontrar modos alternativos.
Este amigo de Antonioni es un arquitecto italiano que nada más licenciarse en 1946 se embarca hacia América para seguir estudiando allí con una beca. Su destino es la escuela en pleno desierto de Frank Lloyd Wright, con el que desea realizar prácticas y acumular experiencia. Las afinidades que siente y que le impulsan a tomar esta decisión son muchas: la predilección por los materiales naturales, las rocas utilizadas como paredes, el empleo de las maderas autóctonas y de la luz natural. En resumidas cuentas, aquellas estructuras y elementos que se adaptan bien a su propio ambiente, pudiendo crecer con él. Sin embargo, tras una permanencia de dos años tendrá lugar un malentendido, según algunos debido al choque de dos fuertes personalidades egocéntricas en relación a un proyecto en el que estaban trabajando. Según otros, causado por una serie de acontecimientos que habían dejado mal sabor de boca tanto al maestro como al joven aprendiz, y que habían culminado con el abandono de la escuela por parte de este último y otros tres discípulos. Posteriormente se implicarían casualmente en la proyectación y realización de una casa precisamente en el desierto que se remató al casarse con la hija de los dueños. A pesar de esta posible acumulación de tensiones, no cabe duda de que entre los dos se produjera una divergencia fundamental respecto a la idea de la urbanización del futuro.



Vuelve a Italia y en una pequeña localidad de la Costa Amalfitana, Vietri sul Mare, se le presenta una ocasión muy interesante: la posibilidad de proyectar una de sus realizaciones orgánicas, lamentablemente no muy frecuentes en su tierra, la fábrica de cerámicas ‘Solimene’. Se trata de un edificio ondulado y sinuoso que parece excavado en la roca y a pico sobre el mar, revestido por una atractiva membrana aislante térmica formada con los fondos circulares de ánforas y vasijas de deshecho, en sencilla terracota o esmaltados en verde cobre. Sigue siendo aún en la actualidad un testimonio excepcional de una obra de “arquitectura que proclama el oficio hecho con las manos”. Escultor y artista, queda especialmente fascinado por la cerámica y aprenderá las técnicas de elaboración, conservando siempre una fuerte implicación e intensa pasión por esta actividad artesanal. 
Transcurridos unos 10 años, siendo ya padre, regresa a América con su familia. Esta vez adquiere una propiedad en una zona poco desarrollada y se establece a poca distancia del desierto de Arizona. Moreno, en pantalón corto y chanclas, como solemos verlo retratado en las fotografías que han llegado hasta nosotros, aquí transcurre sus días entre el horno de cerámica y la fundición, construidos uno junto a la otra, de donde proceden sus ingresos, fundiendo carillones de viento y cerámica además de otros objetos modelados con la tierra caliza de la zona. En este paraíso terrestre creativo, como reacción al difuso consumismo en el mundo y a un tipo de proyectación que no comparte, surge la intuición posteriormente de la Cosanti Foundation. El nombre, compuesto combinando ‘cosa’ y ‘anti’, se propone expresar una deliberada declaración de antimaterialismo, ‘contra las cosas’, y se usa como denominación de su estudio de proyectación, una auténtica escuela-taller, donde “los alumnos vienen a trabajar con sus propias manos y a aprender de un arquitecto dedicado que muchos consideran un genio, otros un egocéntrico o un loco, pero al que todos llaman sencillamente ‘Paolo’”. Con las ganancias de la venta de las creaciones artesanales financia los experimentos arquitectónicos y con la colaboración de los alumnos que participan en sus talleres construye varias estructuras experimentales, la mayor parte realizadas de tierra compacta, una especie de modelados de escayola con tierra, cubiertas de cemento y posteriormente excavadas, en las que el suelo queda bajo tierra. Los métodos empleados para la Earth House, inspirándose en la técnica de fabricación de las campanas, son rápidos y económicos y la vivienda se revela maravillosamente ideal para el desierto: fresca durante el día, conserva parte del calor del sol para las noches frías.



En estos años se concentra con incesante y febril dedicación sumergiéndose en la investigación y teorización de una arquitectura que forme una sola cosa con la urbanística. Concebida en esta nueva acepción en la que está indisolublemente vinculada con la ecología, asume un carácter decididamente antimaterialista, por no decir esencial, procurando satisfacer las exigencias humanas más auténticas y espirituales. La locura del super-consumismo paraliza en términos de conciencia y conocimiento, y hace falta alguien que sensibilice a la gente sobre esta situación inquietante. Diseña, esculpe, experimenta formas de bajo consumo energético, y genera enormes rollos en los que representa sus creaciones de imágenes, enrevesados prototipos de ciudades del futuro, con construcciones que nos encontramos cada vez con mayor frecuencia en ciertas propuestas actuales consideradas futuristas. La increíble cantidad de trabajos y notas quedará consagrada en una exposición que se le dedica en la Galería Corcoran de Washington, que suscitará un interés extraordinario por parte del público. Crece su reputación, empiezan a escucharse con reverencia sus intuiciones en los ámbitos culturales y artísticos, recibiendo generosas becas de investigación y siendo invitado a dar conferencias por todo el mundo. 


Desde la experiencia en Taliesin West han transcurrido 20 años y aquella brusca ruptura con el maestro ve ahora al discípulo seguro del camino emprendido. Paolo Soleri no comparte la visión de Wright para la ciudad americana: unos suburbios tentaculares, con edificios de pocas plantas, unifamiliares, que devoran la tierra y los recursos y que generan una fuerte dependencia del automóvil, un modelo que le parece un auténtico “motor para el consumo”. Declara su decepción en varias ocasiones y propone una reorganización radical como alternativa a esa expansión urbana que se propaga como una mancha de aceite en horizontal, devorando con avidez la energía, invadiendo y eliminando cualquier rastro de naturaleza verde. “Ciudades de pocas plantas se derraman hacia fuera en una extensión que ocupa millas y millas. Por consiguiente alteran literalmente la tierra, transformando las granjas en aparcamientos, desperdiciando enormes cantidades de tiempo y energía en el transporte de personas, mercancías y servicios en sus extensiones”.  

A este derroche de tierra y energía encuentra la solución en una implosión, centralizando de nuevo las distintas dimensiones esparcidas y expandidas. Como la naturaleza, la ciudad ha de ser orgánica, es decir, debe fundarse en los mismos principios de funcionamiento que los organismos biológicos, reproduciendo su coherencia interna y su capacidad de adaptación al medioambiente en armonía. Las grandes comunidades animales, como las de abejas u hormigas pueden ser los modelos a seguir. Esta contracción puede producirse solo empezando a pensar en el espacio según un desarrollo urbanístico tridimensional, que se articula en altura y que es capaz de favorecer las relaciones sociales y el trabajo colectivo. “En la naturaleza, al evolucionar, un organismo aumenta en complejidad y se convierte en un sistema más compacto o miniaturizado. De la misma forma una ciudad debería funcionar como un sistema viviente”. Los edificios altos y multifuncionales determinarán una ciudad concentrada donde las personas para encontrarse no deberán recorrer enormes distancias, reduciendo drásticamente el uso de los coches. Los arquitectos no deben limitarse solo a las necesidades casuales del hombre y a la elección de los materiales, sino que deberían ambicionar a generar nuevos paradigmas de vida más en equilibrio con la naturaleza y por consiguiente más espiritual. "La ciudad es el instrumento necesario para la evolución de la humanidad", es el concepto que nutre un proyecto que querría realizar y para el cual, con el sudor de su frente, está intentando recoger los fondos necesarios. Está logrando cierto éxito que tiene también repercusiones en términos económicos y que a principios de los años 70, le permite adquirir un terreno en el desierto y materializar el sueño de toda una vida: en una zona elevada, gracias a un grupo de voluntarios repletos de entusiasmo, se pone en marcha la construcción de Arcosanti, ‘la Ciudad a imagen del Hombre’, como la define en aquel volumen negro con más de 2 pies de anchura, que le dedica y publica el año anterior. Una realización ambiciosa, caracterizada por una visión radical urbana y humana, que surge del deseo de poder generar una pequeña realidad colectiva en forma embrionaria que se contraponga a la condición de ‘eremita planetario’, típica de la expansión periférica urbana, que con “casas familiares a distancias siderales divide las familias”. ‘Una alternativa al consumismo’ como promueve esta ‘ciudad del sol’ su propio teorizador, negándose drásticamente a considerarla definida sino más bien en evolución. Un pequeño fragmento que se propone para poder replicarse en caso la sociedad lo acoja de buen grado. 

La ciudad experimental de Arcosanti, en calidad de prototipo de arcología, pretende realizar una arquitectura que se funda armoniosamente con la ecología. Un auténtico ‘laboratorio urbano’, basado en la idea de una interacción virtuosa entre la naturaleza y el hombre, entre el hombre y sus semejantes y en el uso adecuado de los recursos autóctonos sin alterar el equilibrio de un ecosistema capaz de regenerarse. Un concepto que se basa en una conducta sencilla que no debe derrochar nada y debe aprovechar los recursos solo si sabe que podrá reutilizarlos. Un intento de vida colectiva ideal, autofinanciada con su propia producción, realizada de forma artesanal en un espacio ecológico, donde los edificios se construyen con las propias manos, con materiales casi totalmente locales; un asentamiento proyectado en las terrazas que conforman morfológicamente el territorio, donde un sistema de energía pasivo que aprovecha los rayos del sol mediante la tecnología y el uso de materiales altamente aislantes, pueda garantizar la eficiencia y el bienestar térmico. Una nueva realidad urbana que pretende contrastar una ética hedonista que le hace creer a la humanidad que pueda encontrar la felicidad en el consumo, sin entender en cambio que se convertirá en esclava de éste. “El arte de la supervivencia corre por las venas de un hombre que de lo esencial ha hecho su existencia: ‘de jovenrsquo;, dice ‘leía a Jack London. Lo que más me impactó fue su idea de poder sobrevivir con casi nada. El derroche para mí siempre ha sido inaceptable’”. 


La filosofía de Soleri, ‘profeta del desierto’ que no fue escuchado, como algunos lo han definido, nunca ha sido tan relevante ni ha estado tan de actualidad como en estos momentos de urgente crisis medioambiental y social. Como bien sabemos, los profetas se adelantan a tiempos demasiado lejanos y difíciles de imaginar, y su vida suele estar sembrada de numerosas amarguras y fatigas. Habría que haberle escuchado cuando repetidamente avisaba: “No somos capaces de vivir porque estamos yendo contra la naturaleza”, "el uso y el consumo de los recursos de la tierra, no de su capital, es esencial si queremos mantener abiertas opciones para el futuro”. Y cuando por fin tuvo la ocasión de desarrollar su idea de urbanidad, aunque fuera a tamaño reducido, en su teorización estos problemas se analizaron muy escrupulosamente. El resultado queda lejos de ser la realización de una utopía, porque como su creador y demiurgo afirma: la utopía es una decepción, la decepción de la búsqueda de la perfección”. La comunidad de Arcosanti, a pesar de no haber crecido según las expectativas, como ciertas críticas resaltan, sigue siendo una demostración significativa de una existencia sostenible desde el punto de vista medioambiental y social. Soleri supo compartir un sueño, ofreciéndoles a quienes contribuyeron activamente a la construcción de esta nueva ciudad una sensación de inclusión. Quienes colaboraron recuerdan con entusiasmo y orgullo que se sentían parte activa en la creación de algo importante. Por lo visto una sensación de fuerte libertad y de gran energía animaba a toda la comunidad, que era muy heterogénea y estaba formada por colaboradores convencidos que se quedaron allí permanentemente, formando una familia con sus respectivos hijos y con otros de paso.

Una vez que el proyecto se puso en marcha, hay otro aspecto referente al comportamiento especialmente loable que hay que recordar: se dieron los medios para que cada uno configurase a su discreción la cotidianeidad, sin querer interferir en la órbita privada de las personas. Las reglas se habían aceptado a priori y a partir de ahí todo dependía de la responsabilidad individual de cada uno. Este comportamiento no sorprende porque es como se comportaba también con sus alumnos, hacia los que no se sentía profesor-educador, sino que se limitaba a transmitir un conocimiento centrado en el aprendizaje. "No soy un profesor", decía, “Mi modo es el modo antiguo de los talleres. El maestro trabaja y los demás hacen lo mismo que hace el maestro. Para mí este es el único modo”.

Virginia Cucchi


Credits: 
Paolo Soleri, Arcosanti, Cosanti Foundation: https://www.arcosanti.org/
Arcosanti, cover, 1-2, 4, 5 : Foto di Jessica Jameson/ Cortesia di Cosanti Foundation 
Historical - Arcosanti 3, 6 : Foto di Ivan Pintar/ Cortesia di Cosanti Foundation,  8 : Foto di Annette del Zoppo/ Cortesia di Cosanti Foundation 
Historical - Cosanti: 9 : Foto di Ivan Pintar/ Cortesia di Cosanti Foundation, 11, 10, 12 : Foto di Colly Soleri/ Cortesia di Cosanti Foundation 
Paolo Soleri: Foto 13 di Stuart A. Weiner/ Cortesia di Cosanti Foundation 
Sketch: Foto 14: Cortesia di Archive Arcosanti/ reposted Archive FN: Arcosanti, l'utopia di Paolo Soleri  
Foto 15: reposted Archive FN: Arcosanti for talk Jeff Stein, Foto di Tomiaki Tamura

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