

Vuelve a Italia y en una pequeña localidad de la Costa Amalfitana, Vietri sul Mare, se le presenta una ocasión muy interesante: la posibilidad de proyectar una de sus realizaciones orgánicas, lamentablemente no muy frecuentes en su tierra, la fábrica de cerámicas ‘Solimene’. Se trata de un edificio ondulado y sinuoso que parece excavado en la roca y a pico sobre el mar, revestido por una atractiva membrana aislante térmica formada con los fondos circulares de ánforas y vasijas de deshecho, en sencilla terracota o esmaltados en verde cobre. Sigue siendo aún en la actualidad un testimonio excepcional de una obra de “arquitectura que proclama el oficio hecho con las manos”. Escultor y artista, queda especialmente fascinado por la cerámica y aprenderá las técnicas de elaboración, conservando siempre una fuerte implicación e intensa pasión por esta actividad artesanal.

En estos años se concentra con incesante y febril dedicación sumergiéndose en la investigación y teorización de una arquitectura que forme una sola cosa con la urbanística. Concebida en esta nueva acepción en la que está indisolublemente vinculada con la ecología, asume un carácter decididamente antimaterialista, por no decir esencial, procurando satisfacer las exigencias humanas más auténticas y espirituales. La locura del super-consumismo paraliza en términos de conciencia y conocimiento, y hace falta alguien que sensibilice a la gente sobre esta situación inquietante. Diseña, esculpe, experimenta formas de bajo consumo energético, y genera enormes rollos en los que representa sus creaciones de imágenes, enrevesados prototipos de ciudades del futuro, con construcciones que nos encontramos cada vez con mayor frecuencia en ciertas propuestas actuales consideradas futuristas. La increíble cantidad de trabajos y notas quedará consagrada en una exposición que se le dedica en la Galería Corcoran de Washington, que suscitará un interés extraordinario por parte del público. Crece su reputación, empiezan a escucharse con reverencia sus intuiciones en los ámbitos culturales y artísticos, recibiendo generosas becas de investigación y siendo invitado a dar conferencias por todo el mundo.

A este derroche de tierra y energía encuentra la solución en una implosión, centralizando de nuevo las distintas dimensiones esparcidas y expandidas. Como la naturaleza, la ciudad ha de ser orgánica, es decir, debe fundarse en los mismos principios de funcionamiento que los organismos biológicos, reproduciendo su coherencia interna y su capacidad de adaptación al medioambiente en armonía. Las grandes comunidades animales, como las de abejas u hormigas pueden ser los modelos a seguir. Esta contracción puede producirse solo empezando a pensar en el espacio según un desarrollo urbanístico tridimensional, que se articula en altura y que es capaz de favorecer las relaciones sociales y el trabajo colectivo. “En la naturaleza, al evolucionar, un organismo aumenta en complejidad y se convierte en un sistema más compacto o miniaturizado. De la misma forma una ciudad debería funcionar como un sistema viviente”. Los edificios altos y multifuncionales determinarán una ciudad concentrada donde las personas para encontrarse no deberán recorrer enormes distancias, reduciendo drásticamente el uso de los coches. Los arquitectos no deben limitarse solo a las necesidades casuales del hombre y a la elección de los materiales, sino que deberían ambicionar a generar nuevos paradigmas de vida más en equilibrio con la naturaleza y por consiguiente más espiritual. "La ciudad es el instrumento necesario para la evolución de la humanidad", es el concepto que nutre un proyecto que querría realizar y para el cual, con el sudor de su frente, está intentando recoger los fondos necesarios. Está logrando cierto éxito que tiene también repercusiones en términos económicos y que a principios de los años 70, le permite adquirir un terreno en el desierto y materializar el sueño de toda una vida: en una zona elevada, gracias a un grupo de voluntarios repletos de entusiasmo, se pone en marcha la construcción de Arcosanti, ‘la Ciudad a imagen del Hombre’, como la define en aquel volumen negro con más de 2 pies de anchura, que le dedica y publica el año anterior. Una realización ambiciosa, caracterizada por una visión radical urbana y humana, que surge del deseo de poder generar una pequeña realidad colectiva en forma embrionaria que se contraponga a la condición de ‘eremita planetario’, típica de la expansión periférica urbana, que con “casas familiares a distancias siderales divide las familias”. ‘Una alternativa al consumismo’ como promueve esta ‘ciudad del sol’ su propio teorizador, negándose drásticamente a considerarla definida sino más bien en evolución. Un pequeño fragmento que se propone para poder replicarse en caso la sociedad lo acoja de buen grado.
La ciudad experimental de Arcosanti, en calidad de prototipo de arcología, pretende realizar una arquitectura que se funda armoniosamente con la ecología. Un auténtico ‘laboratorio urbano’, basado en la idea de una interacción virtuosa entre la naturaleza y el hombre, entre el hombre y sus semejantes y en el uso adecuado de los recursos autóctonos sin alterar el equilibrio de un ecosistema capaz de regenerarse. Un concepto que se basa en una conducta sencilla que no debe derrochar nada y debe aprovechar los recursos solo si sabe que podrá reutilizarlos. Un intento de vida colectiva ideal, autofinanciada con su propia producción, realizada de forma artesanal en un espacio ecológico, donde los edificios se construyen con las propias manos, con materiales casi totalmente locales; un asentamiento proyectado en las terrazas que conforman morfológicamente el territorio, donde un sistema de energía pasivo que aprovecha los rayos del sol mediante la tecnología y el uso de materiales altamente aislantes, pueda garantizar la eficiencia y el bienestar térmico. Una nueva realidad urbana que pretende contrastar una ética hedonista que le hace creer a la humanidad que pueda encontrar la felicidad en el consumo, sin entender en cambio que se convertirá en esclava de éste. “El arte de la supervivencia corre por las venas de un hombre que de lo esencial ha hecho su existencia: ‘de jovenrsquo;, dice ‘leía a Jack London. Lo que más me impactó fue su idea de poder sobrevivir con casi nada. El derroche para mí siempre ha sido inaceptable’”.
La filosofía de Soleri, ‘profeta del desierto’ que no fue escuchado, como algunos lo han definido, nunca ha sido tan relevante ni ha estado tan de actualidad como en estos momentos de urgente crisis medioambiental y social. Como bien sabemos, los profetas se adelantan a tiempos demasiado lejanos y difíciles de imaginar, y su vida suele estar sembrada de numerosas amarguras y fatigas. Habría que haberle escuchado cuando repetidamente avisaba: “No somos capaces de vivir porque estamos yendo contra la naturaleza”, "el uso y el consumo de los recursos de la tierra, no de su capital, es esencial si queremos mantener abiertas opciones para el futuro”. Y cuando por fin tuvo la ocasión de desarrollar su idea de urbanidad, aunque fuera a tamaño reducido, en su teorización estos problemas se analizaron muy escrupulosamente. El resultado queda lejos de ser la realización de una utopía, porque como su creador y demiurgo afirma: la utopía es una decepción, la decepción de la búsqueda de la perfección”. La comunidad de Arcosanti, a pesar de no haber crecido según las expectativas, como ciertas críticas resaltan, sigue siendo una demostración significativa de una existencia sostenible desde el punto de vista medioambiental y social. Soleri supo compartir un sueño, ofreciéndoles a quienes contribuyeron activamente a la construcción de esta nueva ciudad una sensación de inclusión. Quienes colaboraron recuerdan con entusiasmo y orgullo que se sentían parte activa en la creación de algo importante. Por lo visto una sensación de fuerte libertad y de gran energía animaba a toda la comunidad, que era muy heterogénea y estaba formada por colaboradores convencidos que se quedaron allí permanentemente, formando una familia con sus respectivos hijos y con otros de paso.
Una vez que el proyecto se puso en marcha, hay otro aspecto referente al comportamiento especialmente loable que hay que recordar: se dieron los medios para que cada uno configurase a su discreción la cotidianeidad, sin querer interferir en la órbita privada de las personas. Las reglas se habían aceptado a priori y a partir de ahí todo dependía de la responsabilidad individual de cada uno. Este comportamiento no sorprende porque es como se comportaba también con sus alumnos, hacia los que no se sentía profesor-educador, sino que se limitaba a transmitir un conocimiento centrado en el aprendizaje. "No soy un profesor", decía, “Mi modo es el modo antiguo de los talleres. El maestro trabaja y los demás hacen lo mismo que hace el maestro. Para mí este es el único modo”.
Virginia Cucchi
Credits:
Paolo Soleri, Arcosanti, Cosanti Foundation: https://www.arcosanti.org/
Arcosanti, cover, 1-2, 4, 5 : Foto di Jessica Jameson/ Cortesia di Cosanti Foundation
Historical - Arcosanti 3, 6 : Foto di Ivan Pintar/ Cortesia di Cosanti Foundation, 8 : Foto di Annette del Zoppo/ Cortesia di Cosanti Foundation
Historical - Cosanti: 9 : Foto di Ivan Pintar/ Cortesia di Cosanti Foundation, 11, 10, 12 : Foto di Colly Soleri/ Cortesia di Cosanti Foundation
Paolo Soleri: Foto 13 di Stuart A. Weiner/ Cortesia di Cosanti Foundation
Sketch: Foto 14: Cortesia di Archive Arcosanti/ reposted Archive FN: Arcosanti, l'utopia di Paolo Soleri
Foto 15: reposted Archive FN: Arcosanti for talk Jeff Stein, Foto di Tomiaki Tamura