14-12-2021

ISLAS

URBAN POWER architecture & urbanism, MAST- Maritime Architecture Studio,

Nueva York, Estados Unidos, Copenhague, Dinamarca,

islands,

Las islas siempre han ejercido una fuerte atracción y estimulado la fantasía, alimentando todo un mundo narrativo, poético e imaginario desde los albores de la literatura. Han inspirado mitos y leyendas que han sobrevivido a las civilizaciones, excitando la curiosidad de enteras generaciones. Atlántida y su civilización dichosa, perdida misteriosamente, constituye un ejemplo de esta carismática longevidad que desde los tiempos de Platón ha seguido viva en leyendas y películas de ciencia ficción, hasta los más recientes videojuegos, sin perder el lustre de su interés seductor y magnético.



<strong>ISLAS</strong>
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 Las islas siempre han ejercido una fuerte atracción y estimulado la fantasía, alimentando todo un mundo narrativo, poético e imaginario desde los albores de la literatura. Han inspirado mitos y leyendas que han sobrevivido a las civilizaciones, excitando la curiosidad de enteras generaciones. Atlántida y su civilización dichosa, perdida misteriosamente, constituye un ejemplo de esta carismática longevidad que desde los tiempos de Platón ha seguido viva en leyendas y películas de ciencia ficción, hasta los más recientes videojuegos, sin perder el lustre de su interés seductor y magnético.
 
Sin duda hay otro aspecto que también ha contribuido a la ensoñación: esos puntos salpicados por los mares, en completo aislamiento, imposibles de alcanzar, han representado la ocasión de que se pudieran manifestar aspiraciones, deseos adormecidos y latentes. Y eso no es todo, no se limita a la embriagadora promesa de lo desconocido y de aventuras, a la magia de un atraque a una dimensión diferente e inexplorada: la condición de absoluta soledad, lejos de la civilización, de las obligaciones y restricciones, un edén imaginado de total libertad y absoluta felicidad, y para algunos paraíso incontaminado donde ponerse a la prueba o reencontrarse con uno mismo.
 
En relación con esto ha salido hace poco una película que cuenta una historia real pero de lo más inusitada, el increíble relato de la ’Isla de las Rosas’. Hace más o menos 50 años a un joven ingeniero de Bolonia, Giorgio Rosa, se le ocurre la idea de realizar, con la ayuda de un compañero de estudios, una plataforma artificial a poca distancia de la costa de Rimini, pero ya fuera de las aguas territoriales italianas, donde poder vivir de acuerdo con sus propias reglas. Con un reducido grupo de sostenedores, que se agregaron a la empresa por casualidad, establece para su micronación un idioma oficial, un gobierno, una moneda y un sello postal, y va personalmente a la sede de Naciones Unidas con la esperanza de que reconozcan su pequeña isla como un estado independiente. A pesar de recibir amenazas y de los varios intentos de corrupción, él no ceja en su empeño, y siguiendo el consejo de su novia, que era experta en derecho internacional, decide someter su caso a Estrasburgo. El gobierno italiano, preocupado de que se pudiera generar un precedente, llegará a ocupar y demolerá definitivamente la plataforma. El episodio nos lleva sin duda a reflexionar, a pesar de que en la cinta la imagen del protagonista no es tanto un rebelde revolucionario, un anárquico deseoso de alejarse de reglas y obligaciones institucionales, sino más bien un joven inventor irremediablemente idealista que no quiere renunciar a un sueño que todos consideran una utopía, su deseo de “ver florecer rosas en el mar”.

De un deseo que permaneció durante mucho tiempo latente, de ‘una ambición’, si se prefiere usar el término que el patrocinador ha utilizado, en Nueva York nace la isla artificial en el río Hudson, que ha costado 260 millones de dólares, más otros 120 para su manutención, un regalo que el millonario Barry Diller ha querido hacer a sus conciudadanos. Inevitablemente se han desencadenado una serie de polémicas y conclusiones respecto a un gesto filantrópico tan generoso. Y respecto a los placeres prometidos por la ostentosa posición hay quien se ha indignado por las cifras pagadas, comparándolo con “un ático obscenamente caro”, en una zona que ya es elitista, y cuyo fin es recrear “la dinámica espectador-espectáculo que es la esencia del narcisismo urbano”. No muchos lo han apreciado, y el proyecto se ha equiparado a ‘un cuadro de Monet apoyado en una escultura de Dalí.También se ha ironizado mucho sobre los elementos ‘en forma de tulipán’, 132 postes de hormigón que llegan a pesar 68 toneladas cada uno, sobre los que se apoya la ‘hoja que flota sobre el agua’’, y que se supone que son corolas de flores que se abren: una inmensa cantidad de hormigón que ha hecho necesaria un tipo de logística que a duras penas se puede justificar.
 
Diller, a quien en 2012 le habían pedido una contribución financiera para reconstruir el Pier 54, que había sufrido graves daños por el huracán Sandy, había contestado que no le parecía oportuno ayudar a recualificar el muelle ya que probablemente no se habría podido seguir utilizando para atracar barcos, pero que tenía una idea que llevaba tiempo acariciando y que se podía convertir en un icono visual en la costa de Nueva York. Se lanzó un concurso internacional y en 2014 se reveló el proyecto ganador, que tuvo que enfrentarse a una serie de batallas judiciales durante mucho tiempo. Los detractores preocupados se oponían esgrimiendo la sostenibilidad medioambiental, la protección de la fauna salvaje y el enorme despliegue económico que se preveía para el mantenimiento a largo plazo del parque. La Diller–von Furstenberg Family Foundation aceptó entonces asegurar el mantenimiento del parque durante 20 años, hasta que se encuentren nuevos mecenas, costeando también toda la programación de las iniciativas recreativas que incluye la isla. Tras más de 7 años, el pasado mayo ‘Little Island’, como se la denomina, se inauguró oficialmente. Hay quien la ha definido “la última pista de aterrizade de Nueva York para el teatro, la música, el arte y la ambición”. La amplia extensión con una superficie de una hectárea de prados verdes y colinas, itinerarios y paradas, entre 350 especies distintas de arbustos, flores y árboles, a pesar de ostentar varios récords, sigue recibiendo una respuesta bastante negativa por parte de la prensa especializada, que no la reconoce como el espacio público ecológico e inclusivo que se había prometido, y la ve únicamente como una extravagancia espectacular y caprichosa.

Existen otros proyectos referentes a nuevos atolones que han provocado reacciones de indignación, movimientos de protesta por parte de ambientalistas, que no han podido justificar las obras a pesar de las promesas para limitar los daños al hábitat natural. Sus defensores alegan fines válidos y urgentes, como la necesidad de proteger las costas y puntos cerca del litoral de la amenaza inminente de la subida de las aguas, o la necesidad de proporcionar fuentes de energía alternativa. Copenhague, la denominada capital verde, auténtica pionera de la sostenibilidad, lleva tiempo sorprendiéndonos con iniciativas de vanguardia que se distinguen por saber conjugar responsabilidad y conciencia medioambiental, y con un inmenso trabajo de equipo está planificando la construcción de un archipiélago de nueve islas artificiales. El plan tiene intención de partir en 2022, y se prevé una duración de las obras de 18 años. Se extenderá en una superficie de 3 km2 a lo largo del litoral, actuando como barrera de protección contra las posibles inundaciones y permitiendo la expansión en un barrio ultramoderno de la zona industrial, Avedøre Holme, que se erigió en los años 60 sobre terrenos pantanosos saneados. Holmene, que en danés significa precisamente islotes’, ofrecerá 700.000 m2 de nuevo escenario natural, y un ‘cinturón verde’ de 17 km, con una vegetación diversificada que podrá atraer a la fauna salvaje, además de crear un litoral activo con itinerarios para correr, carriles bici, deportes acuáticos y puntos panorámicos marinos para todos. En este atractivo espacio se instalarán además empresas tecnológicas, instalaciones eólicas para producir energía limpia, y centros de investigación, conviviendo en sintonía con el entorno.
 


Los atolones como categoría geográfica, asistirán a sinergias circulares que consentirán compartir conocimientos y actividades de branding. Uno de estos, Green Tech Island, estará reservado a las soluciones de tecnología verde y acogerá una planta de conversión de residuos en energía, la más grande del norte de Europa, tras la famosa CopenHill, considerada hasta hoy la planta de conversión de residuos más ecológica del mundo. De los residuos tratados generará energía eléctrica para 60.000 viviendas. Las aguas residuales y los residuos orgánicos de toda la región confluirán aquí y se transformarán en agua limpia o en biogás convertible. El programa se ha planificado para poder ser implementado, subdividido y diversificado por funciones en este grupo de islas, ofreciendo tipos de ecosistemas diferentes, y si fuera necesario poder añadir otros de forma relativamente fácil. La innovación tecnológica y la sostenibilidad representan el espíritu de la realización, lo cual no quiere decir que incluso con unas presuntas condiciones que suenan de lo más ecológicas, hayan faltado oposiciones y controversias por parte de los que se quejan de un presupuesto exageradamente ingente, 425 millones de euros, y problemas de contaminación ambiental y acústica durante el largo periodo de las obras.
 
Si ya este proyecto parece muy ambicioso, hay otro con un alcance incluso más importante, que se ha anunciado como el más difícil de la historia de Dinamarca. El año pasado se firmó un acuerdo relativo a la creación de la primera ‘isla para la energía’ en el mundo, a la que seguirá otra posterior. La primera nacerá en el mar Báltico y la segunda en el mar del Norte. Una superficie de 120.000 m2 acogerá 200 turbinas eólicas gigantes lejos de la costa que aprovecharán el viento en mar abierto y producirán energía eléctrica destinada no solo a Dinamarca sino también a otros países. La industria danesa ha demostrado en el pasado una ‘posición pionera en el sector eólico y podrá seguir manteniéndola gracias a estos proyectos. La iniciativa supone una cifra de unos 28.000 millones de euros y forma parte del plan que se puso en marcha hace años para reducir las emisiones contaminantes y llegar a la denominada ‘neutralidad climática’ para 2050. Teniendo en cuenta la complejidad de la realización, la instalación probablemente no producirá energía antes de 2033.
 
Junto a estos programas de gran envergadura, asistimos actualmente con extremo placer a numerosas propuestas pequeñas pero interesantes por parte de una nueva generación de jóvenes proyectistas daneses, que nos sorprenden con la delicadeza y sensibilidad de sus obras, constante y coherentemente en sintonía con el contexto tanto urbano como humano. Abordan los difíciles desafíos ambientales y sociales enfocando el diálogo con profundo respeto, dejando entrever una conciencia éticamente responsable, una auténtica y espontánea inclinación hacia una ciudad y un ambiente más sanos, más verdes, más felices, social y culturalmente más vivos, sin olvidar la ligereza de lo lúdico.

De una idea que usa la sencillez y la creatividad para lograr un resultado que nos fascina con el encanto de gestos delicados que rozan el terreno de la poesía, nacen los minúsculos atolones verdes flotantes de madera, desperdigados o reunidos en el South Harbour de Copenhague, creaciones del arquitecto australiano Marshall Blecher y del diseñador Magnus Maarbjerg, ‘Copenhagen Islands’ o ‘Parkipelago', como lo han denominado sus autores, es un conjunto de modestas realidades que existen separadas pero en caso de necesidad, gracias a la posibilidad de encajar unas con otras, como piezas de un puzzle se pueden reagrupar en una configuración continua y compacta, un escenario flotante en ocasión de festivales, conciertos y eventos en directo. Hay varios ingredientes que hacen que estos islotes sean especiales, la frescura de la forma que evoca la composición hecha por un niño, una sofisticada investigación que logra mantener el encanto de la ingenuidad, la forma espontánea y natural en que las vemos zigzaguear y vagar en la corriente del río de una orilla a otra. Cada uno de los pequeños oasis artificiales, en aparencia elemental, esconde una esmerada atención por los más mínimos detalles, que sorprende inmensamente si se tiene en cuenta el proceso de construcción: el prototipo inicial, denominado Ø1 de unos 20m2 de superficie, se realizó a mano con materiales de recuperación, utilizando técnicas de construcción navales, y mantenido a flote gracias a 4.000 botellas de plástico recicladas, sobre bateas de mejillones y algas por debajo para asegurar la continuidad. Una síntesis de artesanía, sencillez y estrecha conexión con la naturaleza. Un modelo altamente ecológico que se puede agrupar con sus semejantes, todos de identidades distintas pero con el mismo ADN, para crear diferentes espacios públicos diseminados por la ciudad, plataformas amarradas cerca de la costa o desperdigadas por el agua, y a las que se puede llegar en canoa, kayak, barca, windsurf o simplemente a nado.
 


Un grácil tilo de 6 metros de altura patrocinado por Scandinavian Instant Trees, SITAS, una empresa danesa que se dedica a plantar árboles en espacios públicos, da sombra a la cubierta del primero, mientras que las clonaciones posteriores se diferencian por jardines o mini bosques, pequeños parterres floridos o aromáticos donde se puede tomar el sol, sentarse a pescar, saltar desde un trampolín o hacer inmersiones en el mar, disfrutar de un picnic con amigos, relajarse con una buena lectura e incluso concederse una sauna. Todo el mundo puede utilizar estos islotes libremente, también en invierno con actividades más terrestres. Son universos variados, amarrados o en movimiento, que nos pueden resultar útiles tanto cuando queremos aislarnos o si lo que deseamos es socializar. Su inspiración consiste en satisfacer las exigencias más variadas, ofreciendo una forma sostenible para pasar plácidamente y de forma divertida el tiempo libre en la ciudad, en las límpidas aguas del puerto interior, y contribuyendo así a dar nueva vida a zonas abandonadas. El proyecto es encomiable por su capacidad para dialogar con naturalidad con su entorno, completando el verde urbano como si se tratara de un parque natural flotante en toda regla, que representa una propuesta inteligente para catalizar y animar la vida social. A veces las ideas que disponen de presupuestos muy limitados son las mejores para llenar ciertos vacíos latentes, aplacando necesidades que aunque no son apremiantes son igualmente importantes. Como nutrir el placer y la alegría de formar parte de ciudades repletas de vitalidad.
 
Virginia Cucchi

Credits:

'Island of Holmene'
URBAN POWER architecture & urbanism
Photos/Render: 08-12, Island of Holmene, courtesy of URBAN POWER architecture & urbanism

‘Copenhagen Islands’
MAST (maritime architecture studio)
Photos/Render: cover, 13-17, 'Copenhagen Islands’, courtesy of MAST (maritime architecture studio)

Photos: 
02: ‘Rose Island’- Wiki/Public Domain 
03, 07: 
'Little Island', New York, by Yoav Aziz/Unsplash
04-05: Little Island', New York, by Ben Michel/Unsplash
06: Little Island', New York, by Heber Galindo/Unsplash
07: 
Little Island', New York, by John Angel/Unsplash

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