13-04-2021

URBAN FARM

Cuba, Detroit , Antigua & Barbuda,

Urban Farm,

abstract



<strong>URBAN FARM</strong><br />
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De pequeña solían leerme un viejo cuento inglés sobre un chico, Jack y su madre viuda, que vivían en el campo. Todos los días, Jack y su madre se ocupaban con total dedicación de su pequeña granja, que les mantenía atareados con numerosas faenas laboriosas: desyerbar el jardín, dar de comer a las gallinas, ordeñar a la vaca, recoger la miel de las abejas. A pesar de su inmenso trabajo, eran tan pobres que apenas conseguían producir lo esencial para nutrirse. Un día Jack por desesperación decide vender la única vaca que tenían con la esperanza de conseguir un poco de dinero que les sacara del apuro. Se encuentra con un señor que a cambio de la vaca le ofrece un puñado de habichuelas mágicas. Una de ellas empieza a crecer de forma desproporcionada y llega hasta las nubes. Cuando el joven trepa por la mata se encuentra en un mundo encantado. Muchos se acordarán de esta historia por el ogro que vive en el castillo en lo alto de la mata, o porque Jack y su madre consiguen al final hacerse con una fortuna, pero lo que a mí me sorprendía especialmente era cómo unas simples habichuelas habían podido alimentar esta fantástica trama, ofreciendo una riqueza inesperada y la posibilidad de una nueva existencia. 

La agricultura desde mi punto de vista representa esta metáfora a la perfección, posee el poder de hacer germinar un universo yo diría mágico de delicias y excelencias que no dejan de sorprendernos por su increíble belleza y sus virtudes. Por supuesto que las semillas no crecen de forma espontánea como en la historia de Jack, sino que hay que dedicar mucho amor, esfuerzo y paciencia para obtener resultados con los que sentirse satisfechos. Creo que ahora mismo exista la tendencia a considerar la posibilidad de escapar al campo, para cultivar nuestra propia huerta, como una aspiración de tintes románticos, alimentada por la idea de un mundo bucólico y satisfactorio. Una reacción a formas de vida que nos transmiten desasosiego y tensión. El trabajo del campo en realidad no es precisamente el que acariciamos en nuestros sueños. Se ha informatizado y mecanizado a tal punto que ha perdido por completo aquel valor de la fatiga manual colectiva, y el campesino más que enfrentarse al agotamiento físico de antaño, debe gestionar un sistema digitalizado que administra las tareas agrícolas y ganaderas. No pretendo nostálgicamente pensar que se debería volver a los pesados sacrificios que tantas generaciones de familias se vieron obligados a abordar, pero los nuevos procedimientos, que sin duda han ayudado y aportado alivio, también han alterado completamente no solo el calendario laboral marcado por ritmos concretos, sino también las reglas de respeto en las que siempre se basó el frágil equilibrio de la biodiversidad. 

La tierra nos ha demostrado más de una vez que en momentos de grave emergencia nos garantiza una fuente de supervivencia, y es una lección que deberíamos recordar, evitando tratarla sin ningún respeto y depauperando su fertilidad. Es lo que sucedió en dos islas que, en una situación desesperada, sin nada que comer, encontraron la salvación en la colaboración social y en el cultivo de cualquier pedazo de terreno disponible. El primer caso se refiere a Cuba, una isla con un pasado atormentado que en 1989 se vio completamente aislada del resto del mundo, con pesadas sanciones comerciales, una depresión económica que se había ido agravando y severas restricciones para importar mercancías. Bloqueados en el comercio internacional por su tensa relación con EE.UU., como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética, que era quien le suministraba antes los productos esenciales para su economía, se enfrentaba a tremendas calamidades a consecuencia del hambre, la malnutrición y el grave problema de la falta de electricidad. La nación dependía del suministro de petróleo, fertilizantes y pesticidas químicos que le garantizaba la URSS para sostener los sectores del transporte, los tractores, la industria agrícola y las maquinarias industriales. Con la interrupción de la llegada de petróleo a cambio de azúcar, e incapaz de abastecerse externamente de las ayudas que le hacían falta, asistió al colapso de todos los sistemas que hasta entonces le habían asegurado la supervivencia.

Fidel Castro subió al poder a finales de 1958 y aplicó una revolucionaria reforma agraria que transformó un escenario en el que predominaba el latifundismo, según el cual la fértil tierra cubana se destinaba principalmente a monocultivos como la caña de azúcar, el tabaco y el ganado de exportación. Decidió confiscar la mayor parte de la tierra y redistribuirla a cooperativas y familias de campesinos, invirtiendo enormes sumas de dinero en el proceso de mejora, logrando que la producción se duplicara en el arco de una década. Lamentablemente este crecimiento conllevó una mayor mecanización de la agricultura, debiendo volver a introducir el monocultivo y una difusa aplicación de fertilizantes y pesticidas químicos fabricados en el extranjero. Parecen ser varias las causas del desmoronamiento de los ideales sobre los que se basaba y sostenía la Revolución Verde. El sistema agroalimentario intensamente dependiente del extranjero había representado un avance en lo referente a las rentas, pero también un gradual deterioro de los productos y del medioambiente, y provocará por primera vez en la Cuba de Fidel Castro un auténtico estado de emergencia, con un impacto dramático en la vida de la población y con una drástica insuficiencia de alimentos básicos. Esta trágica situación se prolongará cinco años, tristemente conocidos como Periodo Especial en Tiempo de Paz, y exigirá extenuantes sacrificios a los ciudadanos, como tener que esperar durante horas un autobús, vivir con cortes de corriente que podían durar todo un día y soportar el hambre persistente, obligándoles a mantener una especie de dieta vegana, por la falta de carne y productos lácteos. Esta terrible experiencia provoca la reacción de crear un sistema único de infraestructura agrícola, por cómo supieron organizarse y autoabastecerse, y representa uno de los modelos más significativos de trabajo semisostenible.

Frente a la grave crisis la población empezó a revolucionar los procedimientos de cultivo que se habían utilizado hasta entonces, reemplazando la antigua estructura industrializada con una agricultura ecológica, cultivando y recolectando las hortalizas y frutas de forma orgánica, aplicando sencillas técnicas de agricultura sostenible o permacultura, que no necesitaban fertilizantes químicos agresivos ni carburantes. Un tipo de agricultura progresiva se adueña de la estructura urbana densamente poblada de la Habana: con acciones de ‘agricultura de guerrilla’ se ocupan trozos de terreno a escala más o menos reducida en cualquier tipo de ubicación: balcones, azoteas, patios verdes poco más grandes que una nuez, o en hectáreas de campo. Se improvisan granjas y pequeños huertos en propiedades vacías, en naves abandonadas en condiciones de deterioro. Se multiplican las iniciativas en espacios urbanos infrautilizados y se logra transformarlos en áreas excepcionalmente productivas. Los ciudadanos revelan extraordinarias dotes de ingenio, a partir de la nada surgen pequeñas empresas que en los pocos metros con los que cuentan logran organizar auténticos modelos de producción y reciclado integrados sin desperdicios. Tras lograr arrostrar la emergencia, Cuba desgraciadamente deberá enfrentarse a otros problemas, pero este gradual y complicado cambio había demostrado su extraordinario alcance. La agricultura urbana se erige en la solución sistemática para la isla, una forma de acumular provisiones alimentarias y de actuar de forma colectiva ante posibles urgencias.

Hay otro país insular, Antigua y Barbuda, bellísimo lugar en el mar caribeño oriental que a causa de una economía inestable se vio de repente en una condición de emergencia. El impacto de la inflación en los precios de los alimentos y la saña destructora de varios huracanes provocaron en 2008 un auténtico desastre económico y medioambiental: las inundaciones destruyeron los terrenos agrícolas y supusieron la pérdida de casi todo el ganado. Se malograron las cosechas y la población se encontró en total indigencia. El gobierno frente a esta catástrofe impulsó un plan para contribuir a la producción alimentaria, promoviendo con especial énfasis los huertos domésticos, utilizando los jardines traseros de las casas para cultivar comida para la familia más un pequeño extra que compartir con amigos y vecinos, una larga tradición que había ido dejándose de lado en favor del progresivo consumo de dietas ricas en grasas, azúcares y sal. Se lanza una campaña denominada ‘National Backyard Gardening Program’, cuyo objetivo es alcanzar y quizás superar el ‘hambre cero’, que se proponía intensificar y mejorar el débil sistema de suministro alimentario adoptando sencillas técnicas de cultivo con las que producir verduras y frutas tropicales en parcelas a pequeña escala, de entre 1 y 10 m2 de superficie, dentro de la ciudad de Saint John’s.

El proyecto, limitado a un tamaño manejable, tiene la ventaja de garantizar un consumo digno por núcleo familiar o barrio sin necesitar métodos industriales laboriosos o complicados, y permitiendo una rápida regeneración del terreno. El aporte gobernativo se revela esencial, ocupándose de suministrar a los granjeros domésticos semillas de hortalizas, plantas, árboles frutales y proporcionando el asesoramiento de un experto a un coste reducido o completamente gratuito. En 2009 se amplía la intervención y con el apoyo del Ministerio de Agricultura se introducen políticas públicas específicas y estrategias de desarrollo urbano relativas al uso del suelo. Se incentiva la modernización mediante infraestructuras de irrigación más adecuadas, puntos de fertilización, presas, pozos y talleres para respaldar los esfuerzos que la población estaba haciendo con la agricultura doméstica. Al actualizar conocimientos y aplicar métodos sencillos como el riego por goteo o el vermicompost, las micro-huertas empezaron a florecer en toda la ciudad gracias a los numerosos voluntarios y a un sentido de la responsabilidad social muy extendido. Poco a poco se generalizó el propósito de encontrar un remedio y de asegurarse la supervivencia futura, logrando no solo atajar las condiciones ambientales adversas, la carencia hídrica crónica y la difusa deforestación, sino también dando sentido a un sacrificio que gradualmente se fue transformando en deleite. Surgieron redes de intercambio, experiencias compartidas y ayudas que permiten confiar con optimismo en un crecimiento y una cooperación cada vez mayores.

No era la primera vez que la agricultura había experimentado momentos difíciles en estos lugares insulares. El rápido boom turístico de los años 90, que llegó a representar más del 80% del PIB anual, prácticamente había obligado a que la población abandonara este recurso esencial. La agricultura rural se fue lentamente abandonando, dedicando los terrenos a nuevos usos, convertidos en hoteles o construcciones residenciales, y obligando a muchos a emigrar hacia la capital con la esperanza de hallar nuevas oportunidades. En cambio ahora la horticultura, al hacer renacer una minúscula y aparentemente insignificante actividad ancestral, se ha convertido en una de las ocupaciones predominantes, con más de 2.500 familias dedicadas a esta iniciativa que logran autoabastecerse y suministrar a los que viven cerca, pudiendo incluso vender parte de los productos en el mercado o en las tiendas locales, dedicándose a la preparación de salsas, mermeladas y gelatinas, e incluso algunos a la apicultura. Cuando en 2008 el país se enfrentó a la grave crisis podía satisfacer a duras penas un cuarto de la demanda local, mientras que ahora se asiste a un aumento de más del 60%. Los cultivadores de las inmediaciones de la ciudad han ampliado algunas hectáreas sus reducidas parcelitas y han triplicado la producción. También las escuelas se han implicado en el programa, participando en la campaña “Cultiva lo que comes”, que educa a las jóvenes generaciones y las sensibiliza hacia una forma de vida y de alimentación sostenibles. La popularidad del movimiento ha ido en aumento, y la base de los participantes ahora además de colegios incluye organizaciones religiosas, grupos comunitarios, servicios paramilitares y prisiones. Tras una etapa de enorme sufrimiento, Antigua y Barbuda se concentró en realizar acciones minúsculas pero precisas, caracterizadas por el esfuerzo para hacer crecer la agricultura urbana a la par de la rural. Con gran autodeterminación ha sabido demostrar que se puede lograr una sociedad más resiliente, estableciendo un baluarte para la seguridad alimentaria en caso de eventos meteorológicos extremos, lamentablemente frecuentes, y una estrategia para reducir la pobreza y el hambre.

Dejando de lado las islas y volviendo a tierra firme, me gustaría citar un ejemplo que nos hace reflexionar sobre el riesgo de que la economía urbana dependa de un único tipo de industria. Detroit, la denominada Motor City, considerada el símbolo de la América industrial por excelencia, resumía y reflejaba los ideales de una ciudad modelada por la cultura consumista. Con la crisis petrolífera de los años 70 muchas casas automovilísticas no pudieron hacer frente a la competencia extranjera y se llegó a un auténtico colapso, agravado por la fuerte recesión de 2008. Se empezó a delinear un futuro muy distinto e incierto para una ciudad que dependía exclusivamente de este sector industrial. Además la situación social era especialmente difícil a causa de las tensiones raciales que se habían alimentado siempre y que intencionalmente nunca se habían resuelto. Al igual que había crecido rápidamente, empezó a decaer drásticamente, muchas fábricas cerraron y mucha gente se marchó, dejando barrios enteros y espacios comerciales totalmente abandonados. Grandes guetos aislados y desperdigados, edificios sin un alma, inmensas calles sin carriles bici, con aceras estrechas y casi ningún espacio verde representaban la sintética imagen de declive que la lamentable recesión había provocado.

La ciudad al borde de la quiebra se puede considerar a todos los efectos un "icono de la degradación urbana del Motor de EE.UU.”. Miseria, criminalidad, discriminación racial y tensiones sociales: todo se había agravado y representaban el pan nuestro de cada día en un centro de dimensiones que podríamos definir colosales, que había perdido un tercio de su población. 'Desierto alimentario’, es como se le llama ahora por la carestía generalizada de alimentos frescos con la imposibilidad de mantener una dieta nutricional adecuada. Es entonces cuando la agricultura empieza a surgir entre las grietas de un tejido urbano en recesión, y va creciendo de forma increíble llegando recientemente a las 3.000 granjas y huertos que producen aproximadamente el 5% de toda la fruta y la verdura que se solían consumir. Por ahora no parece que el ritmo disminuya y son numerosas las iniciativas promovidas por varios entes para sostener estos objetivos verdes: ecologización, programas de silvicultura, biosaneamiento, con formación profesional en los relativos sectores, desde la especialización paisajística, a la agraria y forestal lo que representa oportunidades de trabajo para los parados. 

Entre las muchas organizaciones sin ánimo de lucro mencionamos acciones como las del grupo Michigan Urban Farming Initiative cuyo objetivo es interrumpir el ciclo de la pobreza, suministrando y distribuyendo los alimentos que producen a costo cero entre las familias indigentes y las comunidades necesitadas. D-Town Farm, otra granja urbana, considerada la más grande, ocupa una superficie de 7 acres. Gracias a la colaboración semanal de voluntarios sostiene una evolución alimentaria hacia una dieta más sana a base de hierbas, verduras y fruta. Proporciona además a la población recursos educativos y comunitarios para crear, gracias a este objetivo común, un auténtico puente entre distintos ambientes culturales y sociales. La ciudad está adquiriendo una nueva configuración que recuerda a un "archipiélago" de barrios reanimados, enlazados mediante espacios verdes públicos, ya sean de agricultura urbana, granjas, parques solares o eólicos. Se podría decir que recuerdan la serie de granjas de los campesinos franceses que fueron los habitantes originarios de la región”.

La reconversión está contribuyendo de forma excelente en la lucha contra el vandalismo, el paro, las desigualdades y la gradual decadencia, ofreciendo nuevas condiciones de vida más saludables tanto desde el punto de vista medioambiental como alimentario. Aunque a veces lamentablemente se producen consecuencias que no se había contemplado, que incluso las mentes más agudas no habían podido prever. La agricultura como proyecto estratégico que transforma en zonas verdes y productivas toda una serie de espacios abandonados en zonas degradadas de la ciudad, por un lado contribuye sin duda a reintegrar estas áreas de tejido urbano marginalizado, remodelándolas y potenciándola, mejorando la sostenibilidad en su significado más completo. Pero por otro lado puede provocar, aunque sea de forma involuntaria, un aumento del valor del suelo y del precio de las viviendas, incrementando un problema triste y difícil de contener, el de la gentrificación. A pesar de haber tomado medidas para lograr que el crecimiento sea lo menos irregular posible, procurando garantizar a la antigua Motor City un futuro mejor, no parece que sea tan factible evitar esa peligrosa posibilidad.

Virginia Cucchi 

Credits: 

Cover, Photo di Cesar Carlevarino Aragon, Unsplash
1-2, Photo di Jennifer Chen, Unsplash 
3 Photo di Gaspar Hernandez, Unsplash 
4 Photo di Annie Spratt 
5 Photo di Brooke Cagle 
6-8 Photo di Annie Spratt
9 Photo di Robin Canfield 
11 Photo di Nadri Ali, MUFI, Michigan Urban Farming Initiative/Cortesia di MUFI Detriot
12-16 Photo di MUFI, Michigan Urban Farming Initiative/ Cortesia di MUFI Detriot

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