02-11-2021

RE-THINKING CITY : HOUSING

Alison Brooks Architects, Benedetta Tagliabue,

Housing,

Mixed use is what cities are all about. If you don't have mixed use you don't have cities” - Joseph Rykwert



<strong>RE-THINKING CITY : HOUSING</strong><br />
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Las escaleras de los Kim siempre bajan, las de los Park suben hacia la luz”, así esquematiza alguien la historia de una dramática diferencia social contada en ‘Parasite’, film ganador en 2019 de la Palma de Oro en Cannes. El director Bong Joon-ho nos habla de la gran división que separa a ricos y pobres en la sociedad coreana y lo hace eligiendo en parte el lenguaje arquitectónico residencial de la capital que, aunque llevado al extremo en los tonos muy enfatizados de los contrastes, podría adaptarse a cualquier contemporaneidad metropolitana. Pese a que el autor no quiere hacer de la arquitectura el eje de su narrativa, esta habla un léxico muy elocuente sobre las condiciones sociales. El éxito ocupa inexorablemente las plantas más altas, mientras que las aspiraciones frustradas quedan relegadas a áreas más marginales, en esa estructura típica habitualmente presente en películas de ciencia ficción, como Metrópolis, que, anticipándose a un crecimiento discriminatorio y a desequilibrios que progresivamente se han hecho cada vez más evidentes, ven a la élite viviendo en la cima de altísimos rascacielos, mientras que la masa comparte los bajos fondos más miserables.
 
Hay declaraciones que se hicieron hace muchas décadas y no solo no fueron escuchadas, sino que a menudo también fueron desdeñadas. Jane Jacobs, por ejemplo, había declarado que una ciudad muere si no abraza la diversidad, una cualidad que en estos momentos parece estar muy revalorizada y considerada un ingrediente indispensable para una sociedad que, en la multiplicidad de sus más variados recursos, puede encontrar la clave para afirmarse con éxito. Lamentablemente, esta diversidad, que se celebra con razón como un enriquecimiento indispensable, en la realidad urbana, por lo general, no se fomenta. “Para entender las ciudades debemos examinar directamente combinaciones o mezclas de usos, no usos separados, como los fenómenos esenciales”, advierte con razón Jacobs, quien quiere dejar claro que el ecosistema urbano está formado por la complejidad y la heterogeneidad y que “el orden arquitectónico deseado por los urbanistas nunca podrá reemplazar ese orden social, conformado por pequeñas, informales e inesperadas actividades humanas, que es la base de su vitalidad”. Para un distrito es determinante que sus componentes realicen tantas funciones básicas como sea posible, viviendas, actividades comerciales, empresas, servicios y que muchas pequeñas manzanas constituyan su esencia. Los edificios nuevos y antiguos deben alternarse y una buena densidad de población debe favorecer los intercambios intergeneracionales y multiculturales. Una simplificación excesiva destruye la trama que se va constituyendo paulatinamente gracias a pequeñas subeconomías y a apoyos que se entrelazan en zonas de proximidad residencial. El barrio debería tomarse como una unidad de referencia, un modelo a pequeña escala de una planificación más compleja, un microcosmos de necesidades a proyectar a mayor escala. Pero lo que lamentablemente está sucediendo, como nos advierte desde hace mucho tiempo un célebre urbanista y crítico, Joseph Rykwert, ganador de la prestigiosa medalla de oro RIBA, prolífico escritor de textos que examinan la ciudad en su evolución, “el precio de los inmuebles en los centros urbanos está haciendo imposible, sobre todo en las grandes ciudades, que se produzca cualquier tipo de mezcla social. Está castrando toda la noción de vida urbana”.
 
A medida que la ciudad se desarrolla, expandiéndose a un ritmo cada vez más rápido, parece incapaz de albergar nuevos servicios, proporcionar casas públicas o espacios comunes, actualizar viejas estructuras sin afectar dramáticamente a los ciudadanos más pobres y vulnerables. Y así es como se imposibilita la diversidad sana y equilibrada que hace prosperar a las ciudades. Incluso Michael Sorkin, arquitecto urbanista y prolífico crítico, coincide absolutamente en la necesidad de preservar el barrio como síntesis de experiencias socioeconómicas que la comunidad y el vecindario nutren con tanta prolificidad. Si lo imaginas, nos dice, dotado de todos esos servicios que pueden hacerlo completamente autónomo, “el lugar donde se pueden satisfacer todas las necesidades de la vida diaria caminando cinco o diez minutos, entonces comienzas a reconceptualizar la ciudad de un modo muy diferente”. Y continúa enumerando las ventajas resultantes: “ Ciertamente una es la comodidad, otra es una serie de beneficios medioambientales y otra muy importante es la mezcla social”. Añade: ”Si todos los que trabajan en el barrio viven en el barrio, significa que debe haber una vivienda disponible para el empleado del bar, el del banco, el agricultor urbano, el artista y cualquier otra persona... un barrio que, por la naturaleza de su funcionalidad , también incorpore la hostelería para todos en la ciudad&rdquo.

Una lógica contundente, un razonamiento muy convincente y también una perspectiva que suena muy cautivadora si no fuera porque, como señala el propio Sorkin, la accesibilidad se ha convertido esencialmente en un problema de segregación étnica y económica. Y si pensamos que dentro de 30 años, según las previsiones, el 70 % de la población mundial será urbana, encontrar casas para esta nueva y pujante población será un desafío particularmente arduo. Lo que en el pasado se había considerado un derecho, durante décadas ha estado profundamente amenazado, hoy, hablando en términos geográficos cada vez más generalizados, podríamos decir que ha adquirido las características opuestas del privilegio. Los problemas sociales y la pobreza, tomados en su conjunto, se ubican en los márgenes de la ciudad. El modo de atajar esta brecha cada vez mayor no promete metas fáciles y debería basarse en políticas urbanas, tal vez una utopía, dispuestas a contener el precio de compra del suelo dentro de límites más razonables, controlando la especulación inmobiliaria privada y apoyando desarrollos residenciales mixtos, que incluyan una parte de unidades reservadas a un precio más razonable.

Peter Buchanam, en su extenso ‘The Big Rethink;, después de largas consideraciones y reflexiones dedicadas al diseño urbano, decide abandonar su discusión limitada a los edificios considerados individualmente, sin un contexto ambiental y humano, porque no pueden contribuir a una verdadera sostenibilidad. Sugiere que, cuando se diseña, se debe tener en cuenta un estilo de vida suficientemente atractivo, que pueda “reemplazar el entorno alienante dejado en herencia por la modernidad, con el que no podíamos relacionarnos y que impedía nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos” y esta alternativa, sostiene, solo puede ser el “barrio donde nos volvamos a sentir como en casa en el mundo”. Y este pequeño universo en miniatura, el único entorno capaz de satisfacer una aspiración de vida plenamente satisfactoria, nos lo describe como “extraordinariamente rico en actividades y experiencias no comerciales, en las que sus habitantes crecen, maduran y envejecen en el abrazo de la comunidad y la naturaleza”. Concluye proponiendo un nuevo tipo de barrio prototipo que exprese una conexión más profunda con todos los aspectos de la condición humana y sugiera un enfoque genuinamente enriquecedor de la vida individual y comunitaria.

En el podcast que conduzco he tenido varios invitados que han abordado el tema de la vivienda desde una perspectiva de renovación del tejido urbano y del hábitat colectivo, concebidos en una relación de estrecha interactividad. Alison Brooks es precisamente una de estas arquitectas que siempre ha considerado no solo un deber sino una satisfacción personal dedicar sus energías a la mejora de los grandes problemas que representan la vivienda y los espacios públicos. Lo hizo desde el principio, cuando dejó Canadá poco después de licenciarse y, tras su llegada a Londres, consiguió fundar su propio estudio en diez años. Entre los diversos trabajos que estaba empezando a realizar, que pronto la convertirían en una voz autorizada de su generación, nunca dejó de dedicar una parte significativa de sus energías a ‘curar’, en su propias palabras, la condición en la que estaban la vivienda y la calidad del espacio público en la década de los ochenta, bajo Thatcher, tras un largo periodo de grave negligencia. La gran ambición de Alison era ayudar a repensar situaciones precarias con nuevos significados y, gradualmente, sus proyectos pluripremiados han introducido todo lo que resume en un oxímoron ‘Realismo Mágico’. Como mujer extremadamente pragmática entiende que, debido a un determinado estilo de vida y a las necesidades laborales que progresivamente han cambiado tanto, los tiempos ya no se adaptan a las formas y tipologías urbanas marcadas por divisiones rígidas y esquemáticas, sino que imponen paradigmas más adecuados que deben inspirarse en una mayor hibridación de usos y contenidos, ofreciendo narrativas que, al explorar soluciones más eficientes y valores más adecuados, sean capaces de satisfacer necesidades reales y alimentar el potencial humano, haciendo de la arquitectura un medio que también pueda hacer soñar.
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Rechaza la idea de una accesibilidad económica a la vivienda que se logre a expensas de una heterogeneidad de vecinos y, firme defensora de los barrios socialmente mixtos, para evitar una zonificación rígida o una segregación recurre a su profesión como instrumento de justicia social, inclusión y convivencia. Considerando el edificio de viviendas inseparable de la vida del barrio y el tipo más importante de arquitectura social, que "enmarca el espacio colectivo de nuestros bienes comunes cívicos y negocia la relación entre lo privado y lo colectivo", tiene una preocupación apasionada por "entregar nuevos edificios que transmitan intrínsecamente un sentido de orgullo cívico y rejuvenecimiento social”. Se esfuerza por desarrollar alternativas auténticas y reactivas, tanto para los edificios como para el tejido urbano, cada uno con una identidad distinta y un impacto positivo en la realidad de la ciudad. Realiza muchos grupos de viviendas con esquemas que proveen una oferta equilibrada de espacios públicos y una mezcla de unidades de renta mixta, confiriendo ese valor añadido que los arquitectos a menudo saben cómo aportar.

Este año, en la Bienal de Venecia, ha presentado 'Home Ground’, una nueva etapa en un discurso inagotable que nos invita a reflexionar sobre la casa del siglo XXI “como un lugar donde las personas trabajan, crean y se comunican”. La instalación, verdaderamente bella y espectacular, nos envuelve con gran seducción por el fuerte impacto emocional sabiamente encontrado en el contraste entre materialidad e intangibilidad, llenos y vacíos, enfatizados por una luz particularmente cálida y atmosférica. Dieciséis maquetas de madera natural que reproducen las planimetrías de los edificios de viviendas, proyectadas y propuestas por el estudio a lo largo de los años, se han dispuesto sobre la enorme superficie de una mesa, dominada por los correspondientes volúmenes residenciales, suspendidos en el aire y casi evanescentes debido al material utilizado. El juego de esta contraposición pretende invitar al público, una vez centrada la atención en las contingencias y complejidades que llevaron a plasmar cada proyecto, a compartir nuevas conversaciones sobre la naturaleza y destino de los espacios comunes de la ‘ground floor ’ (planta baja), como “umbrales al ámbito privado del hogar y como espacios de reunión, donde se pueden formar nuevas comunidades”. El objetivo no es, por supuesto, presentar una 'ciudad ideal', sino acompañar reflexiones y replanteamientos sobre un nuevo papel para la arquitectura de la vivienda.


 
Otra de mis invitadas recientes fue Benedetta Tagliabue, una mujer de personalidad fuertemente empática y comunicativa, una cálida mezcla italo-española, diría, que sabe transmitir con energía en sus creaciones que huyen de la rigidez, prefiriendo la sinuosidad de la organicidad y tratando de fomentar situaciones que sean lo más inclusivas y atractivas posible. Es autora de un interesante proyecto de vida comunitaria que está construyendo lentamente en un barrio de la periferia de París, un área difícil que ha sido testigo de disturbios y agitación en el pasado y que está habitada principalmente por una población inmigrante multiétnica. Un contexto estigmatizado por la marginación y la pobreza que necesitaba ser ayudado para salir de un estado de decadencia y miseria al que ha sido condenado durante años. Benedetta no es nueva en este tipo de ‘costuras’ de desgarros que rompen la continuidad urbana y causan malestar a su alrededor. Y, con gran claridad, explica en una entrevista cuál es su concepto de intervención de regeneración: “Cuando en cualquier ciudad del mundo detectas obstáculos, barreras y, por tanto, lugares hostiles, cambias tu opinión y ello te lleva a convertirla en negativa. Para que la gente pierda la hostilidad hacia los lugares, es necesario tener generosidad y una visión profunda proyectada en el tiempo, llena de intercambios y aperturas”.

La arquitectura se alimenta del pasado, de la estratificación de las experiencias de vida. Haciendo tabula rasa y renegando de una continuidad no salvaguardamos nuestra cultura y no recuperamos partes de un tejido que se ha desgarrado ligeramente. Hay muchos ejemplos en su historia arquitectónica que nos muestran cómo las observaciones cuidadosas y la voluntad sincera de reparar y dar vida a las voces adormecidas han producido resultados altamente efectivos, en nombre del respeto y de la autenticidad. Y resulta casi obligada la referencia al Mercado de Santa Caterina de Barcelona, una situación muy ligada a un barrio antiguo que se presentaba como un mosaico de diversidad y que necesitaba recuperar el ambiente de vivacidad que siempre lo había distinguido. Una hibridación recíproca de viejo y nuevo permitió que esa savia vital fluyera una vez más en esta ‘importante vena de transición en el barrio’. “Un lugar lleno de vida, un lugar histórico rico en elementos positivos que había caído en la decadencia y que, con un maravilloso experimento de transformación urbana, ha recuperado valor”, afirma su artífice con orgullo.

En el masterplan de Plateau Central en Clichy-Montfermeil, Benedetta intervino con su delicadeza habitual y con la inquebrantable positividad de querer transformar lo gris en vivacidad, el espacio vivido sin sentido de pertenencia en un entorno dinámico y atractivo. En las dos últimas ediciones de la Bienal de Arquitectura de Venecia presentó dos instalaciones con referencia a dos fases de este proyecto, cuyo encargo recibió tras ganar un concurso en 2014. En los títulos que se han asignado a las instalaciones se leen temas queridos que se repiten con frecuencia en sus creaciones: el ‘mercado’ como un momento de encuentro, intercambio y socialización fácil y la ;’trama’, que, evocando inevitablemente su famoso pabellón de mimbre que todos recordamos, alude a la voluntad de ayudar a las conexiones e interacciones. Es la ‘medida humana’ la que interesa y que busca recrear, la que Jane Jacobs contrapone al calculado esquema ortodoxo de un determinado urbanismo tradicional, que no conoce esos ‘paseos’ en el barrio que le gustaba hacer y esa cotidianidad que se desarrollaba cuando acompañaba a sus hijos a la escuela, hacía la compra y se paraba a hablar con algún vecino, unos encuentros notorios y otros agradablemente aleatorios.

Weaving Architecture’ hace referencia a un techo alargado, estructurado como una trama de miles de módulos en roble rojo americano, acero, fibras sintéticas y minerales de carbono, basalto y vidrio, que acompañará a las personas en su salida de la nueva estación de metro hacia la plaza. El concepto de tejido no es solo un símbolo, sino que es la preocupación que anima toda la programación del sitio y pretende expresar de manera tangible la voluntad de basar este renacimiento en principios de participación y fuerte valor social. Hay muchas intervenciones destinadas a realizar esta trama vibrante, con invitaciones continuas que intentan fomentar una vida comunitaria lo más inclusiva posible.

Living inside a Market - Outside space is also Home’ identifica la función que realizarán dos bloques de viviendas, ‘Centr’Halles’, en estrecha conexión con un gran mercado poroso y colorido que ocupará toda la planta baja, extendiéndose entre los edificios y dinamizando el entorno. El espacio informal dinámico, vivo, generoso y atractivo juega un papel de catalizador. Se convierte en un polo de la comunidad y crea un tejido de relaciones y oportunidades, voces e historias que se alternarán cada día y enriquecerán este barrio con mayor felicidad. Los límites entre los edificios y el vacío y entre lo privado y lo público se desvanecen según una voluntad común a todas las obras de Benedetta: encontrar una continuidad en el entorno e iniciar un diálogo que rompa las barreras que se han interpuesto. El sentido de pertenencia se extiende, haciendo que todos se sientan como en casa incluso fuera de su propia vivienda. Incluso los techos de los edificios de viviendas, concebidos como zonas verdes a disposición de los residentes, tejerán lazos de comunidad, ofreciendo la oportunidad de cultivar jardines y huertos.

Virginia Cucchi


Credits: 
cover, 01-07: Alison Brooks. 'Homeground' installation. Venice Architecture Biennale 2021. Courtesy of Alison Brooks Architects, ABA. https://www.alisonbrooksarchitects.com/
08-11: Benedetta Tagliabue, ''Living inside a Market - Outside space is also Home' installation. Venice Architecture Biennale 2021. Courtesy of Benedetta Tagliabue– Miralles Tagliabue EMBT, photo of Marzia Faranda. http://www.mirallestagliabue.com/
12-22: Benedetta Tagliabue, project of Clichy-Montfermeil. Venice Architecture Biennale 2021. Courtesy of Benedetta Tagliabue– Miralles Tagliabue EMBT. http://www.mirallestagliabue.com/


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